Exégesis de una pensadora
- editorialpulpo
- 9 dic 2018
- 4 Min. de lectura
Por: Yannielle E. Ramos y Cintrón
A: “Tambores y Humo”
“En dónde tu andes, poeta
yo te seguiré los pasos”
Basta con prestarle vista a las letras de este poemario, para darse cuenta que estas no son solo letras que ocupan un espacio vacío. Patricia Díaz Capó hace un acercamiento magistral de esta obra, al encuentro entre varias artes. Las bellas artes, como reflexión del pensamiento contemporáneo y posmodernista, estéticamente han tomado el giro del “arte por el arte”. Cada pincelada es exactamente igual a una estrofa, una armadura musical, un movimiento en danza y un buen discurso. En mi humilde opinión, Patricia ejemplifica esta ilustración a través de su composición.
Tratar de enmarcar el estilo de esta pensadora, es tarea compleja. Ciertamente, no es de tradición oriental antigua; no hay versos complejos ni dioses del Olimpo. En una primera mirada, parecería que pudiéramos ubicar a Díaz Capó en el pleno posmodernismo. Las imágenes de liberación femenina, el señalamiento de las causas humanas y las palabras utilizadas, nos puede llevar a este pensamiento. Pero falta la apertura, el coloquio y a veces hasta el volumen de los versos. No compagina la descripción postmodernista. También, pudiéramos bien pensar que esta escritora es barroca; por su gran selección de mensajes de doble sentido, símbolos y figuras. Pero, la frescura de sus versos es demasiada. Sí hay una esencia del pensamiento renacentista, pero hay algo más: el erotismo. La pura esencia del amor como tema únicamente central y aquello que se espera con el alma, no es un tema renacentista, es más joven. El estilo en pinceladas de Patricia es difícil.
Podríamos decir, además que una buena colocación sería el siglo XVIII, donde la Ilustración y su llamado a la razón, al pensamiento. Pero nos faltaría ubicar el romance y el conocimiento científico de los versos de Patricia. Estuve por darme por vencido, hasta que leí: “Concierto en Sol mayor”. Ese es el título de una composición francesa de Maurice Ravel y es también un concierto a violines del italiano Antonio Vivaldi. Hay que entonces decir, que esta artista hay colocarla a mediados del siglo XIX. Entre el florecimiento del romanticismo español y lo erótico -como sujeto de estudio-, el pensamiento científico y la referencia Ravel y a Vivaldi, hayamos perfecta isocronía.
Afirmar esto de Taína Ananí, como también se hace llamar Díaz Capó, es asegurar en Patricia un estilo impresionista. Esa convergencia entre lo antiguo y lo nuevo, es apasionante. Como ella misma dice en uno de sus versos:
“Eres tan interesante
que floto en un telar
de pensamientos hermosos
siempre que te pienso”
El Impresionismo se destaca por su interacción entre la luz y las sombras. Dando especial cuidado a la luz. Patricia nos hace un llamado subliminal, a concentrarnos en las cosas que realmente importan. Un cuadro impresionista no presta cuidado a las formas, sino a la luz. En la poesía de Patricia, es el erotismo. Es un erotismo pasional, fino y acuciante. No usa extremos pornográficos ni imágenes obscenas. Un verso dice:
“…no recuerdo qué posición fue esa
la que me hizo desarrollar
un circo mental…”
En la voz poética, hay un destello magistral de congoja, desasosiego, lástima y amargura. Este tipo de poesía fatalista bien ejemplifica también el Nihilismo típico del siglo XIX. El llamado a la no-esperanza, al abandono del sentido de la moral en alguna divinidad y la vida sin propósito, son figuras presentes en los relatos de Taína Ananí. Muy sublime, hay también un llamado a la Insurgencia, fruto de la esencia del siglo XVIII, que fue la gran Revolución Francesa. Y veo en esos versos, la esencia de llamarse cual indígena taino. Ahí veo a Hostos, contemporáneo con el siglo de Patricia y fundamento de la conciencia revolucionaria. Puedo hasta ver a Taína Ananí en las líneas de “La peregrinación de Barayoán”. En ese sentido, hay que contextualizar el título del libro. Ese tambor, que luego nos daremos cuenta que en realidad es el palpitar del corazón, evoca un primer pensamiento a la cultura afroantillana y el ritmo de la música libertadora. El humo, que es el respirar, evoca también dirección a la reunión alrededor del areito. Puedo ver, un sublime reto al sistema religioso europeo y una propuesta de substitución por las religiones africanas, de mucha influencia en el Caribe.
Converge también con la voz sexual, una voz tenue e inocente. Como aquella de decirse, que es el deseo con pasión acalorada y con pausas. Un verso dice:
“…Soy una pizca de tu vino
exquisitamente vivo”
Por último, creo que uno de los elementos claves de la poesía de Patricia, es la imagen de la mujer con sujeto y voz poética. Aunque no se crea, este elemento se aprecisa perfectamente en la imagen de Emilia Pardo Barzán. El relato sobre Juana, Laura y María, -además de parecerme una ilustración de la vida de la poeta misma, como hiciere Julia de Burgos en su poema “A Julia de Burgos”- me parece un relato atrevido, innovador y apelante a la conciencia. Pero Patricia nos advierte del peligro de abandonar el sentido correcto de las cosas y a la vez evitar un feminismo extremo. Sobre esto, dice ella en una línea:
“He donado mis opiniones
por ideas centrífugas…”.

Leer a Patricia es un viaje histórico, cultural y folclórico. En el futuro, entre los círculos de poesía en surgimiento, será una ignominia, no haber leído a Patricia Díaz Capó. Su obra pintoresca, rica en imágenes, diversa, sencilla y diáfana, hace de su estilo una lectura obligatoria y además, un verdadero deleite al paladar…
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