Tratado filosófico del tiempo
- editorialpulpo
- 21 dic 2018
- 4 Min. de lectura
A: “Los tres corazones del tiempo”
Por: Yannielle E. Ramos Y Cintron
“Eres la manecilla del reloj
que crea un espacio
entre complicaciones”
Quien pretenda embarcarse en la explicación ontológica de los mundos etéreo y físico, tiene que buscar casi por obligación los textos de Descartes, Frankl, Sartre, Camus y hasta Nietzsche. Una buena comprensión existencialista partirá de la búsqueda de esos textos. Y si bien es complicado el hombre en su esencia, complicado será también el intento de contextualizarlo en todo aquello que lo rodea. Como aquello de decirse entre Macchiavello y Hobbes, en su dicotomía sobre el bien fuera o dentro de los hombres, respectivamente. Aun haciendo revisión de estos teóricos, puede construirse un incompleto cuadro, que amerita la inmersión de otras artes. Es estando amparado en esa verdad, donde podemos colocar la poesía de Carlos A. Colón Ruiz.
La influencia individualista del siglo XIX, cambió el mundo, hasta ser lo que hoy conocemos. Esa revolución se ve en la pintura y la música, con el Impresionismo y en la literatura, con el Romanticismo. Creó, en esa misma disciplina, un sujeto poético flexible –que bien puede ser complejo o simple-, cambiante y siempre bien orientado a su propia descripción. O lo que es los mismo, un sujeto poético individualista, ególatra y narcisista. Es necesario ese análisis, para poder entender, contextualizar y disfrutar la poesía de Colón Ruiz.
Por un momento sugerir un poemario que en su título hable del tiempo, como aquello de ser corpóreo, es una obligada referencia a Eugenio María de Hostos. El mencionado filósofo mayagüezano, condujo una responsable y amplia exposición filosófica sobre esa síntesis del tiempo en un cuerpo o dicho de otra forma: el mundo invisible, en el visible, en su obra “Tratado de la Moral”. Dice Hostos, que el mundo invisible, de las ideas, de las formas –como diría Platón-, de la utopía –como diría Hegel inspirado en Tomás Moro-, existe en perfecta coordinación con el mundo físico. Por ejemplo, las funciones del cuerpo se adecúan en un sistema que llamamos “órgano”. Pues entonces, dice Hostos, el mundo invisible, tanto dentro como fuera del hombre, coexiste en órganos también. El más excelso de ellos se llama “conciencia”.
El joven poeta de San Sebastián del Pepino, no pretende adentrarse en esa filosofía positivista o en una demostración teórica del tiempo, como Stephen Hawkins en su libro “Una breve historia del tiempo”. Sino, que Colón Ruiz, usa las armas literarias para complementar la necesidad filosófica del hombre, de entender aquello que le rodea. Decir, del tiempo como algo que tiene tres órganos y decirlo más profundo: tres corazones; es una provocación mortífera a la mente curiosa.
Cuando leí el poemario, además de pensar en Hostos, pensé en “El hombre duplicado” de José Saramago y en un concierto de violines, cuerdas y bajo continuo de Vivaldi, en LA mayor, llamado “Il Cucú”. El referido concierto del gran compositor italiano, como en la poesía de Carlos, tiene tres tiempos. Empieza en tonos de Allegro, luego va Largo y termina en Allegro.
Puede la mente ilusa y superficial, adecuar la conjetura de los “tres tiempos” con afirmar que son pasado, presente y futuro. Pero estas tres, son fases del mismo tiempo. Es decir, no existen tres tiempos, sino diferentes formas de ver el mismo tiempo. Este solo tiempo es un ente vivo en la poesía de Carlos. No podemos precisar si tiene un sistema circulatorio, como para necesitar no solo un corazón, sino tres, pero sí sabemos que el poeta nos va dejando pistas de los nombres de estos tres corazones.
El primer corazón es un órgano de adrenalina y palpitaciones constantes. El personaje de Paulo, nos acerca a esa comprensión. Este corazón nos demuestra la imprecisión de la vida y señala la crueldad de aquello que llamamos “destino”. Este corazón se llama IRONÍA. La colección de los sucesos entre el abuelo y Valentina, nos ayuda a acercarnos a nuestra humanidad y a afrontar los hechos en su crudeza. Este corazón ofrece un espejo, para reflejar aquella obra que llamamos “vida”. En sus luces y en sombras.
El segundo corazón está escondido aproximadamente hasta la página 62. Este es un corazón de naturaleza retórica y moral. Expone la verdad circular del discurso filosófico. Denuncia las injusticias, pero lo hace al aire. El aire nunca hará nada. Este es un corazón dedicado al desahogo. Este se llama MONOTONIA; la forma más excelsa de la naturaleza humana. Todos somos seres de hábito: en pensamiento, moral y adecuamiento. Sobre esto dice el autor:
“Pero la princesa tiene que soportar
algo que nunca llegará…”
Y en su discurso, aún más acuciante, se denuncia en este corazón:
“No tienes simpatía
ni con la fe que utilizas.”
El tercer corazón conserva una leve llama de poesía clásica y aspirante de las cosas bellas solamente. Estos versos, de Carlos toman la suavidad y le ofrecen un toque de sazón fatalista, al procurar una propuesta de un mundo diferente, si siempre se hubiesen procurado la igualdad de derechos. A este órgano le podemos llamar CONCIENCIA. Vemos algo de eso en el poema “Mujeres”. Y el toque de lo bello en el poema “Los recuerdos de un espejo lleno de vida.”
Sobre este órgano, dice el autor:
“Donde la conciencia calla,
la injusticia brilla.”
Y su discurso fatalista se acentúa en la línea:
“…el caos se alimente
de las particularidades…”
Estos tres órganos se convergen en una composición suprahumana y excede los niveles de experiencia constante. El autor lo sabe y por eso nos invita a hacer propio uso de la literatura, como herramienta de comprensión del mundo y como fórmula de un mundo nuevo. Como afirmaría Hostos, el mundo etéreo, aunque invisible, interactuamos con él con los días y creo que ese es el mensaje del joven Colón Ruiz. Tomar el tiempo, adecuar las coordenadas y entender que cada uno de estos órganos están presentes en un gran reloj. Será el lector quien añada o retire cuantas manecillas quiera del reloj, pero al final como dice el mismo autor: “la vida es un reloj”…

Shalom
Por EL EMPERADOR
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